Quills en El País de España II EL PAíS - Marzo 3, 2001
Dúo de sades
"Quills propone un poderoso choque de rostros entre
Geoffrey Rush y Michael Caine"
por Ángel Fernández-Santos
Es la segunda vez en unos meses que la
figura (tan escurridiza que parece incapturable) del marqués de Sade se cuela como el
humo por debajo de una puerta cerrada en la pantalla. En la primera se disfrazó con el
rostro de su compatriota Daniel Auteil y, pese a la identidad de idioma entre ambos, nadie
se tragó su tosca simulación. Ahora, aunque en idioma diferente, la resurrección de
Sade por el australiano Geoffrey Rush tiene mayor credibilidad, aunque sigue quedándose
muy por debajo de la eminente presencia que Patrick Magee dio al complejísimo personaje
en Marat-Sade, aquella genial filmación por Peter Brook del vigoroso drama de
Peter Weiss.
El drama que, disfrazado de cine, filma
Philip Kaufman en Quills está escrito por Dough Wrigth, que es también el
inoportuno escritor del guión. Y digo inoportuno porque, aunque hace un trabajo
biográfico bien informado, el guionista no se aleja lo bastante del dramaturgo, y la
carga de teatro se convierte en fardo que dificulta el engrase (con aceite fílmico) de la
conversión del drama en guión y, luego, en pantalla. La imagen no alcanza nunca un
tempo ni un ámbito de buen cine. Y se queda en soporte de cine vulgar, pasable, algo
petulante a la manera mostrada por Kaufman en sus adaptaciones de Kundera y Henry Miller,
de las que se deduce un conato de estilo intelectualoide estragante, con tufo de celuloide
apolillado.
Salvan de la inanidad a este endeble
tinglado sobre los últimos años de Sade en el manicomio de Charenton, donde lo encerró
Napoleón, la decena de buenos intérpretes que culmina en el derroche de gracia y de vida
de Kate Winslet y, sobre todo, en el choque de locomotoras entre Geoffrey Rush, que
sobreactúa con mucho buen oficio, y Michael Caine, que da otra enésima lección
magistral del poder de contención, casi la mesura, con que este inmenso cómico logra
representar la más radical e insolente desmesura. |